La caida de un heroe.

Publicado por MATRERO72, Abril 03, 2010, 03:19:44 PM

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MATRERO72

Buenas lamentablemente llego 1 dia tarde por motivos ajenos a mi querer. (Ayer se me colgo la internet)
Les dejo esto para leer y saber quien fue este gigante del sur.
Cap.Cor. Pedro E Giachino. siempre presente.

La orden de alistara la Agrupación de Buzos Tácticos, con asiento en la Base Naval Mar del Plata, llegó al promediar la tarde del 26 de marzo de 1982. En la Unidad nadie sabía de qué se trataba, pero la expectativa por el desarrollo de los acontecimientos se había incrementado luego de los sucesos de las islas Georgias.
El teniente de corbeta Diego Fernando García Quiroga, un buzo táctico de 28 años, cumplía al día siguiente tres meses de casado. Sin embargo igualmente tenía que prestar servicios en la guardia de la Base.
Era una jornada tranquila, pero a media tarde fue convocado por su comandante, capitán de corbeta Alfredo Raúl Cufré, quien le ordenó presentarse ante el capitán Sánchez Sabarotz, comandante de la Agrupación Comandos Anfibios." Qué raro", pensó. La seriedad de su jefe, el no haberle hecho ningún comentario le llamó la atención. Algo pasaba.
â€"Usted, siete buzos tácticos y algunos comandos anfibios integrarán una patrulla a cargo del capitán Giachino â€"dijo Sánchez Sabarots ni bien ingresó al aula de la Agrupaciónâ€" . A las 23 partirán hacia Puerto Belgrano.
El oficial hizo un breve paréntesis, se apoyó contra el pizarrón y continuó:
â€"En tarea clásica de los comandos anfibios, tomaremos Puerto Stanley, mientras los buzos tácticos tendrán la misión de marcar, "limpiar" y asegurar la zona de playa necesaria para el desembarco de la fuerza principal.
La elección de los buzos no había sido al azar: entre las tareas asignadas tendrían que tomar la usina del pueblo y mantenerla funcionando, tarea para la que estaban bien preparados y que llevarían adelante sin mayores inconvenientes.
García Quiroga pensó que no necesitaría nadadores, sí hombres serenos y maduros, capaces de cumplir su misión sin provocar bajas innecesarias. Los elegiría teniendo en cuenta esas características. También decidió el arma que llevaría: una ametralladora Halcón. "Van a elegir el 'Para' " (*), dijo para si mismo, refiriéndose a que su gente elegiría el F.A.L. "Para", un fusil diseñado especialmente para los paracaidistas. Y acertó.
A medianoche el grupo se dirigió a Puerto Belgrano y al día siguiente se reunió con el capitán Giachino, quien les dio las primeras instrucciones. Esa misma tarde visitaron el destructor "Santísimas Trinidad", nave en la que realizarían el viaje hasta las proximidades de las islas.
El 30, Giachino reunió a toda su gente y les brindó detalles de la operación. La patrulla se llamaría "Techo" y los dieciséis hombres se desplazarían en cuatro grupos: "Rojo", en el bote número 18, con el capitán Giachino y los cabos Flores, Ortiz y Vargas; "Naranja", en el bote 19, con el teniente de fragata Gustavo Lugo, los suboficiales Salas y López y el cabo Ledesma; "Verde", en el tote 20, con el teniente García Quiroga, el suboficial Cardillo y los cabos Gómez y Urbina, y "Azul", en el bote 21, con el teniente de fragata Eduardo Alvarez, los suboficiales Mansilla y Gutiérrez y el cabo Vargas.
La tarea encomendada a los grupos fue analizada una y otra vez: "Rojo" coparía la comisaría; "Verde" la usina, apoyado por "Naranja", para luego ambos dar apoyo a "Rojo" y tomar la central telefónica. Por su parle "Azul", antes de llegar al pueblo neutralizaría un campo de antenas.
Sin embargo, un día antes del desembarco los planes sufrirían modificaciones: la patrulla tomaría la casa del gobernador y le induciría a convencerá la población acerca de lo inútil de una resistencia. Asimismo, marcarían una pista de aterrizaje para que descendiera el helicóptero con el primer escalón de apoyo. Todo sin provocar bajas. Una tarea difícil, especialmente por las directivas de no ocasionar heridos entre los ingleses. Sin duda, el factor sorpresa jugaría un papel más que fundamental. Pero ¿estarían desprevenidos los defensores de las islas, luego de los hechos de Georgias? Las cartas estaban echadas. La profesionalidad de los hombres, su pericia, su respuesta a las situaciones criticas, todo sería puesto a prueba. El momento de llevar a la práctica tantos años de entrenamiento había Hígado. Estaba ahí nomás, a pocas horas. Muy pocas.
La noche del desembarco, la patrulla cenó en forma ligera. El ánimo era alto. "lastima no tener una cámara para documentar esta última cena", comento Gíachino, para luego acotar: "Abran bien los ojos, porque para los que vuelvan esta será la primera vez que estarán en combate real y esa experiencia habrá que transmitirla".
Bajo la penumbra roja del taller del buque, todos mancharon sus caras con pomada negra, verificaron cuidadosamente el armamento y se vistieron con los trajes de agua. Estaban listos. Cuando les llegó la orden fueron bajando los botes y se descolgaron por los pescantes. La noche, oscura como pocas. "Es ideal para un ataque", pensó García Quiroga.
A las 22, los veintiún botes â€"incluyendo a los cuatro de la patrulla de Giachinoâ€" se encolumnaron a popa del destructor y zarparon, con el capitán Sánchez Sabarots al frente. Aproximadamente 3 kilómetros era la distancia a recorrer.
Hacía mucho frío, ese frío que llega hasta los huesos, por más ropa que uno se ponga encima. Los totes se desplazaban con dificultad debido a la gran cantidad de cachiyuyos, algas que se desarrollan prendidas a las rocas sumergidas y que son muy comunes en el litoral del Sur argentino. Este imprevisto desorganizó toda la formación y provocó que algunos se adelantaran y que otros quedaran rezagados, por lo que llegaron a la playa bastante desorganizados.
Ni bien tocaron tierra, los "verdes" del teniente García Quiroga y los "azules" del teniente Alvarez dieron seguridad al resto mientras se quitaban la ropa de agua. Luego los papeles se invirtieron. Cuando la columna de la Agrupación de Comandos Anfibios a las órdenes del capitán Sánchez Sabarots desapareció en la oscuridad, rumbo a Moody Brook, la patrulla de Giachino se puso en marcha.
â€"Estamos más al Este de lo previstoâ€" dijo Giachino, al no encontrar el alambrado marcado en la carta en su poder. â€"Iremos hacia aquella sombra, que tiene que ser Sapper Hill.
En realidad veían muy poco, tan oscura era la noche. A la vanguardia de la exploración iban Giachino y los cabos Ortíz, Alegre y Flores. Más atrás, los "Naranja", luego "Verde" y finalmente "Azul".
De pronto García Quiroga tropezó y cayo de rodillas sobre una roca que sobresalía de la turba. Dolorido, hizo llamara Giachino, quien dispuso que se destacara detrás de los exploradores, ya que el dolor le impedía la marcha.
La patrulla se movía cuidadosamente. Cada cincuenta pasos se detenían y esperaban los dos silbidos de los exploradores, indicándoles que podían avanzar. A medida que se acercaban al pueblo la distancia de los cincuenta pasos se fue prolongando, por lo que los exploradores se ausentaban durante -unos veinte minutos. Finalmente hicieron un alto al pie de una antena de radio, a 1.500 metros de la casa del Gobernador.
Giachino dio las últimas instrucciones:
â€"Usted Naranja ataca por la izquierdaâ€" dijo al teniente Lugo. â€"Verde, déjeme llegar y venga conmigo. Que se le sumen los hombres de Azulâ€" le indicó por su parte a García Quiroga, ya que el teniente Alvarez y el suboficial Mansilli se habían rezagado.
Giachino partió hacia el objetivo, seguido por Lugo con su equipo. Minutos después García Quiroga inició el descenso hacia la casa, en momentos en que comenzaban a escucharse disparos desde Moody Brook, resultado del ataque del capitán Sánchez Sabarots. Un camión con marines llegó a la residencia del Gobernador y estacionó en la parte trasera.
García Quiroga y sus hombres estaban en una elevación, a unos 500 metros del objetivo, cuando se escucharon los gritos de Giachino, desde el frente de la casa, llamándolos. El tiroteo había comenzado y aumentaba en intensidad. Bajaron agazapados y a la carrera y luego de cruzar una arboleda, García Quiroga se pegó a Giachino, quien tenía a su gente desplegada en abanico y disparando contra la parte posterior de la casa. Mientras tanto, el suboficial Cardillo y el cabo enfermero Urbina se desplazaron hacia la cancha de fútbol, a 150 metros de la edificación, para marcar el helipuerto con señales nada convencionales: un calzoncillo largo con las piernas abiertas, a fin de indicar la dirección del viento, a modo de una flecha.
â€"¡Háblele! â€"le ordenó Giachino a García Quiroga, quien en inglés y haciendo bocina con sus manos gritó, con toda su voz:
â€"Mister Hunt, somos marinos argentinos, la isla esta tomada, los vehículos anfibios han desembarcado y vienen hacia aquí, le rogamos que salga de la casa solo, desarmado y con las manos sobre la cabeza a efectos de prevenir mayores desgracias. Le aseguro que su rango y dignidad, como así la de toda su familia serán debidamente respetados.
Silencio. Nadie respondió. Giachino le ordenó entonces que repitiera el mensaje, pero tampoco hubo respuesta.
â€"¡Tírele un granadazo!
García Quiroga tomó una granada, sacó el seguro y la arrojó hacia el jardín. A la explosión siguió una voz en inglés, desde la casa:
â€"¡Mister Hunt está a punto de salir! Molesto, Giachino le dijo a García Quiroga:
â€"¡Apúrelos, carajo!
El mensaje fue repetido. Como respuesta, una ráfaga de ametralladora y voces que gritaban "Mister Hunt, no salga".
El tiroteo se generalizó. Los cabos Alegre, Flores y Ledesma fueron cubiertos, de pronto, por algo así como una sábana naranja, efecto provocado por los proyectiles trazantes que les disparaban desde el pueblo, a través de lu cancha de fútbol.
â€"Jefe, si no entramos nos cocinan -dijo García Quiroga mientras se planchaban al suelo.
â€"Sí, hay que entrarâ€"respondió Giachino y saltó una verja para llegar hasta la puerta de la casa, seguido por Cardillo, Flores, Ledesma y García Quiroga.
La puerta conducía a un pasillo largo, con otra puerta lateral próxima a la entrada. Cardillo intentó abrirla con una patada, pero sólo logró lastimarse un pie. Sin pérdida de tiempo, Giachino tomó una granada y golpeó el vidrio, rompiéndolo. Se trataba de una sala sin salida aparente.
â€"Por aquí no, hay que dar la vuelta â€"dijo Giachino, saliendo con la granada en la mano que usó para romper el vidrio, seguido de cerca por García Quiroga. Casi inmediatamente giró y fue en ese preciso momento en que dos impactos de bala â€"uno en la región inguinal derecha y en el glúteo del mismo ladoâ€", le hicieron perder el equilibrio y caer al suelo.
â€"¡Me dieron, Cristina, me dieron! â€"gritó, refiriéndose a su esposa.
Simultáneamente, García Quiroga sintió que le arrancaban el brazo. Tuvo la sensación de recibir un hachazo, luego un empujón leve, indoloro y fuego en el abdomen, balbuceó algo, llamó a Alejandra, su mujer y cayo contra un cobertizo. El tiroteo continuaba. Con esfuerzo se desabrochó la parka. No sentía el brazo herido. Intento moverse, pero el dolor le hizo gritar. No obstante, se soltó el cinto, aflojó el pañuelo del cuello y trató de respirar normalmente. A su lado, Giachino gemía y llamaba al enfermero. El cabo Urbina se preparó para acudir en atención de los heridos. El patio estaba dividido en tres por ligustrinas de regular tamaño y pegado a estas, un paredón de fibrocemento. Cuando iba a sallarlo, un compañero le advirtió:
â€"No, no lo hagas. Del otro lado no vas a tener donde refugiarte.
â€"Esta bien, correré por detrás de los ligustros.
Así lo hizo, agazapado, hasta que encontró un hueco para pasar. Allí, dos miembros de la patrulla le informaron que a unos 30 metros, a la izquierda, estaba el capitán Giachino. Giró y se sobresaltó al toparse con unos gansos. De pronto, un impacto en el piso levantó tierra, ensuciándole la cara. Parpadeó, se pasó la mano por los ojos y corrió para buscar protección detrás de una casilla de chapa, pero un golpe en la cintura lo levantó en el aire, cayendo de espaldas.
â€"¡Me dieron! ¡Me dieron! â€"gritó el cabo enfermero al darse cuenta que lo habían herido.
Con dificultad se arrastró e intentó ponerse a cubierto. El luego cruzado era intenso. "Tengo que tranquilizarme", pensó. De la mochila extrajo jeringas y ampollas y se aplicó dos inyecciones.
â€"¡Urbina! ¡Urbina! â€"gritó con insistencia García Quiroga, sumándose a los llamados de Giachino.
â€"¡No puedo! ¡Me dieron! â€"respondió el enfermero apenas unos metros más lejos.
Los minutos fueron pasando, para los heridos, con una lentitud insoportable. Por momentos el tiroteo arreciaba y las balas, de un bando y del otro, se cruzaban en el aire, rebotando en las paredes de la casa y en el cobertizo del patio.
â€"Ordene a su gente un alto al fuego y les enviaremos un médico â€"grito en inglés uno de los marines.
â€"No tengo fuerzas para gritar â€"respondió García Quiroga. Giachino, con una granada en la mano, sin seguro, le dijo a García Quiroga que lo vigilara, por si se desmayaba.
â€"¡Tírela, por Dios! â€"imploró García Quiroga.
â€"No puedo, no puedo â€"fue la respuesta del jefe de la patrulla. El mismo infante inglés, al escuchar el diálogo entre los oficiales argentinos, gritó:
â€"¡El que tiene una granada que la suelte!
â€"No puede, no tiene seguro â€"dijo García Quiroga.
â€"Entonces que la ate y la deje al costado, porque si no lo hace, disparo. Voy a contar hasta cinco.
García Quiroga tradujo a su jefe el pedido del marine. Giachino utilizó la correa de sus binoculares para dar varias vueltas a la granada, la colocó en el suelo y giró para alejarse. No dejaba de gemir. Al darse vuelta, quedó al descubierto una enorme mancha de sangre en su espalda.
Tirados en el suelo y bajo una pertinaz llovizna, esperaron durante tres horas, en vano, la llegada de un helicóptero. Tanto Giachino como García Quiroga habían perdido mucha sangre. De pronto, se escuchó un grito dirigido a Giachino:
â€"Pedro, soy yo, Tito. â€"Era el capitán Monereau, que rápidamente se aproximaba a los infantes heridos.
â€"Tito, apúrate que no llego â€"respondió Giachino, quien estaba muy mal y que, con desesperación intentaba sentarse para poder respirar. El teniente Lugo se acercó, le abrió el overol y le rompió el pulóver de cuello alto y el chaleco antibala para que se liberara un poco.
El suboficial Cardillo y el cabo Ledesma ayudaron a subirlos a los vehículos disponibles para trasladarlos al pueblo, pero Giachino murió en el camino.
A las 9,15 el Gobernador se rindió sin que se registraran bajas entre los militares y pobladores de las islas.

(La masa de la Fuerza de Desembarco â€"básicamente los elementos de asalto del BIM 2 con todo su equipo- se iba a reembarcar y regresar al continente ese mismo día. Pero como era factible la presencia de submarinos británicos en la zona, esa tarde se los hizo retomar en aviones navales y de la Fuerza Aérea, en una operación de repliegue que no estaba prevista. A mediodía del 3, sólo permanecían en Malvinas unos quinientos efectivos del RI-25 y de la Armada, con el propósito de asegurar el orden.
El Operativo Azul y la Operación Rosario (así fue bautizada la operación de desembarco) pasaron a la historia como un ejemplo de acción conjunta militar, reconocidas en todo el mundo por su concepción intachable, profesionalismo, coordinación y precisión casi perfecta.)

(*)FAL, fusil argentino calibre 7,62. Otras armas que aparecerán en este libro: MAG, ametralladora belga calibre 7,62; FAP, ametralladora argentina calibre 7,62; FMK3, granadas de fusil calibre 40 mm (argentinas); M67, granada de mano (USA).


FUENTE: Batallon 5 de Emilio Villarino. (CAPITULO II Patrulla "Techo")
Nos vemos
MATRERO72

blak

#1
Gloria y honor a nuestros heroes olvidados que juraron con gloria morir,me emociono al leer  esto,,,gracias matrero x escribirlo ,viva la patria¡¡

doncarlo

#2
Que pelotas por dios!!!pensar que los pibes de ahora no tienen ni idea de Malvinas.... :sm137:  :sm137:

reynaldo

#3
Gracias por mantener vivo el sentir y el ejemplo nacional.

donquijote

#4
:sm210:

Fhulter

#5
VIVA LA PATRIA CARAJO!!!

GFR

#6
Lástima que sea tan poco recordado...y pensar que ahora que ÉL se murió...le ponen su nombre hasta a las macetas...qué país...